¿Por qué hay tantos pianistas en Comfandi El Prado?

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Aclaro que no tengo idea de por qué hay tantos pianistas de Comfandi El Prado. Este colegio del oriente marginado de Cali (aunque está ubicado en el centro geográfico) nunca ha sido motivo de nuestro orgullo. Giovanni Caldas y yo, y varios de nuestros amigos, como vivos representantes de una clase media pujante, somos unos resentidos. Nosotros quisimos y queremos más. Inconformidad típica de los afortunados que se levantan con la movilidad social respirándoles en la cara.

Recuerdo lo desalentador de saber que los profes querían irse para colegios públicos donde tendrían mejores condiciones. Recuerdo que nos ampliaron las clases de inglés, pero no aprendimos nada —y hoy podemos medir qué tanto no aprendimos—; recuerdo que tuvimos material propio de matemáticas, pero no llegamos al cálculo diferencial; que algunos profes de español hablaban con brillos (forma clasista de referirse a la hermosa “s” al final de los verbos en la segunda persona del pretérito de indicativo); y, sobre todo, recuerdo que el profesor de dibujo técnico nos pidió 500 pesos para un material que nunca nos dio (solo por hincharle las pelotas, duramos seis años preguntándole que para cuándo las fotocopias).

Eso sí, tuvimos clases de música y de artes plásticas hasta noveno. Nos pasamos el bachillerato soplando las flautas de otros y aturdiendo con matalófonos desafinados. El día del trueno que mató a jugadores del Deportivo Cali —estoy viendo que fue hace dieciocho años, hace casi media vida para nuestra generación— nos quedamos atrapados detrás de una matera de palmera por estar volados en el salón de música. Ya en décimo, inconformes de perder el arte por la mecánica automotriz, le preguntamos a la profe de música, en serio, por un colegio que enseñara música. ¡Y nos contestó! Le dije a mi papá que quería estudiar en uno de esos colegios (que más que Pance parecen Finlandia) y el muy cínico me dijo que por ahora no podía, pero que estaba seguro de que sus nietos sí —y que el tiempo le dé la razón—. Nunca se nos ocurrió pensar que la probabilidad de estudiar en un colegio de ricos es ínfima y que, en cambio, para estudiar en uno público solo bastaba una decisión fácil de nuestros padres.

A pesar de todo, que hoy tengamos la soberbia de opinar sobre nuestros profes, solo habla bien de ellos. Esa era la idea. Los planos cartesianos, la geometría, las dimensiones, no son un problema para quienes pasaron su bachillerato en clases de dibujo técnico. Es gracioso que cuando llegué lleno de miedo a clases de cálculo en la universidad, me di cuenta de que derivar e integrar solo eran recetas para propósitos que ya me habían enseñado de forma intuitiva.

Sea o no causa del colegio, sea o no evidencia de buena educación, hay un hecho incontrovertible, llamativo como mínimo, y es que en Comfandi El Prado hay una cantidad absurda de pianistas. Y el que no es pianista es bajista o guitarrista o construye instrumentos musicales. La lógica diría que hicieron efecto las clases de música, pero no vaya a ser que, dado que música y matemáticas son lo mismo, la explicación venga del énfasis técnico industrial (que todo quería menos pianistas). O puede que, más que el colegio, la explicación sea Cali, ciudad que debe tener la mayor cantidad de músicos percápita del mundo. Estoy seguro de que Giovanni Caldas, y los pianistas y músicos y artistas de Comfandi El Prado —que no es mi caso, aunque lo quise— tienen una mejor explicación.