No hay consenso científico, pero hay fuertes pruebas de que la música fue primero que el lenguaje o, mejor, que música y lenguaje son lo mismo. Más allá del debate, tomo por cierta la hipótesis porque es lindo pensar que en el fondo todos somos músicos.
En un artículo de The Economist, un psicólogo de Harvard, Steven Pinker, argumenta que la música y el lenguaje son fundamentalmente lo mismo: tienen ritmo, pueden utilizar el tracto vocal humano, pueden expresar emociones, pueden ser cuidadosamente compuestas o improvisadas espontáneamente y cumplen propósitos sociales (celebración, adoración, inspiración marcial y coordinación). Además, que tanto con el lenguaje como con la música se puede crear una variedad inagotable de novedosas melodías u oraciones con un conjunto finito de notas o palabras y un conjunto finito de reglas.
La explicación del psicólogo de por qué casi todas las personas tienen la increíble habilidad de hablar, pero solo unos pocos genios son capaces de hacer música, es aún mejor: todos los niños están expuestos por virtuosos lingüistas que les enseñan con paciencia y les celebran sus errores; y que, por el contrario, los estudiantes de música se la pasan con otros estudiantes de música, otros principiantes, y sus profesores los regañan cada vez que se equivocan. El artículo muestra otra explicación (más aburrida, porque tiene en cuenta el talento) que incluye la poesía. Dice que la mayoría de los seres humanos son malos para la poesía porque el número de oraciones gramaticales es enorme, pero el número adecuado para el verso, tanto en términos de significado como de prosodia, es mucho menor. “Encontrarlos es difícil, como componer música o improvisar jazz”.
En un video de la gran científica y artista y pianista Almudena M. Castro, hablando de la prosodia, cita una frase de Carl Johnston: “En el balbuceo de cada bebé tenemos una repetición a pequeña escala de la voz del primer ser humano”. Ella argumenta que los estudios del lenguaje dirigido a niños dan pistas de que primero fue la prosodia y luego el significado de las palabras. Cuenta que esa manía de las mamás de hablarles mimado a los niños tiene varias regularidades: agudizan el tono, hablan más despacio, marcan más el ritmo y exageran más el contorno (las melodías del habla). Todo esto puede servir para propósitos evolutivos, dice, porque los bebés saben cómo suena una conversación antes de entender el significado de las palabras, con la sola prosodia saben si sus padres los están regañando o si les están avisando de un peligro. “De alguna manera, cuando las palabras son privadas de su significado se convierten en significante puro, se convierten en sonido puro; y es en este contexto donde, por fin, el lenguaje parece convertirse en música”.
Para cualquier persona debe ser lindo saber todo esto, y creérselo, pero yo digo que sobre todo para mí, que crecí con Giovanni Caldas y Sergio George Herrera y su insoportable talento. Ahora, ellos también pueden estar orgullosos de mí (que trasmito tantas emociones con mis modestas capacidades lingüísticas).