La Inteligencia Artificial y el algoritmo

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Los youtubers están enojados porque Google cambió el algoritmo. Alvinsch, un youtuber colombiano de música, a quien admiro, se queja porque YouTube solo recomienda su serie “analizando música de mierda”. Esa serie es una genialidad porque es entretenimiento educativo fácil de digerir que sigue un formato replicable. Él, a punta de creatividad, es ejemplo de que se puede. Pero su corazón le dice que comparta contenido más profundo y el algoritmo se interpone. Pobrecito. Menos gracioso es el caso del español Martí, del canal CdeCiencia, uno de los mejores y primeros canales de divulgación científica. Hizo un video de despedida de YouTube porque intentó lo científicamente posible (que, gústenos o no, es hacer contenido más ridículo), pero nada le funcionó, el algoritmo dejó de recomendarlo. Y tuvo la mala suerte de que su indignación resultó interesante y el video se viralizó. Es como si YouTube le dijera al científico que —papito lindo— la tierra es redonda.

Yo entiendo la indignación de los creadores de contenido que ven derrumbados su esfuerzo, pero no entiendo la falta de objetividad para juzgar la brutal empresa. Google es una organización con ánimo de lucro, que solo quiere que la gente vea publicidad por medio de contenidos que ellos no hicieron (como los bancos que hacen dinero con la plata de otros). Genios. Y para eso tienen ciudades llenas de computadores que soportan millones de videos que la gente sube gratis cada segundo –lo que contamina un montón porque “la nube” son edificios llenos de aire acondicionado-. El problema (o la increíble oportunidad para los nuevos) es que el “algoritmo”, cada vez más inteligente, se dio cuenta de que la gente no es fiel a los creadores.

Y para quitar las comillas, quisiera intentar una definición de “algoritmo”, “inteligencia artificial” y “aprendizaje automático” (o el más gomelo “machine learning”: estas palabras ponen cualidades humanas a métodos numéricos, lo cual considero, como mínimo, arrogante). Un algoritmo es una instrucción, una serie de pasos, e inteligencia artificial son algoritmos no controlados. Son “no controlados” en el sentido de que se basan en métodos matemáticos iterativos: que buscan y buscan y buscan sin mucha lógica a ver cuándo encuentran patrones. En realidad, no son muy inteligentes, es solo que quien los programó no tiene por qué entender por qué ni cómo llegaron al resultado (por eso a veces son machistas y racistas y xenófobos). Y lo del aprendizaje automático es que la inteligencia artificial funciona en vivo y en directo, con los millones de datos que les damos cada segundo. Aunque no es magia, y aunque son peligrosos sus usos comerciales, todo esto es prueba de la inteligencia, pero de la inteligencia humana: es hermoso que esto exista.

Los conceptos de la inteligencia artificial son viejos y no tenían utilidad práctica (varios métodos matemáticos eran solo curiosidades intelectuales porque no servían para nada sin computadores haciendo muchísimos cálculos por segundo) hasta que esta mañana el poder de la computación revolucionó el mundo. Casi sin costo extra, las empresas que tienen datos de las decisiones de las personas pueden experimentar hasta que encuentren algo rentable (no pierden nada recomendando una canción o una historia, pero van guardando la información de cada cosa que se hace y no se hace). Y cada vez lo hacen mejor, cada vez acercan más al cliente con el vendedor. No es una conspiración sin sentido del “algoritmo”. Por si fuera poco, el negocio ya no es solo la publicidad: la gente aprendió a pagar por contenido en Netflix (y a donar con Patreon) y ya YouTube está asustado con Twitch (la plataforma de transmisiones en vivo de Amazon) y ni se diga con OnlyFans (que no es solo pornografía), que da mucha más libertad (de opinión).

El algoritmo, antes de la inteligencia artificial, era tan aburrido que bastaba con ser de los primeros en YouTube para triunfar. Se podía plagiar y se podían comprar enlaces para ganar popularidad (lo que reducía las oportunidades de los que no tuvieran inversión). Y cada cambio castigará más la mediocridad y premiará más la creatividad (la creatividad para complacer a los clientes del anunciante). Hoy en día no hay que soportar la publicidad genérica como cuando veíamos televisión. Hoy vivimos en un mundo de fantasía en el que se nos muestra lo que potencialmente nos interesa, como si solo importaran nuestros gustos.

El algoritmo, cada vez más “inteligente”, complacerá cada vez más a la gente y Google le dará cada vez más facilidades a los youtubers. Podemos caer o no en las garras del mercado, podemos cascarnos sin privilegios todos contra todos. O no. Pero tenemos oportunidad de elegir, casi me atrevería a decir que tenemos libertad. Al igual que ellos experimentan con nuestros datos, nosotros podemos experimentar con sus servicios: al igual que ellos, hoy nos cuesta menos que nunca antes. Qué tiempos estos para estar vivos.

Google y Facebook son tan peligrosos que en un futuro próximo los van a prohibir o a expropiar o a dividir (si es que pueden y si es que los gringos dejan). Estos gigantes son tan confiados que comparten gratis sus secretos: son los principales promotores del código abierto (entender programación e inteligencia artificial y hacking ético es fácil y gratis), son los principales promotores del avance y divulgación de la tecnología (OpenAI, una organización increíble que investiga y pone al alcance de todos montones de locuras es de Elon Musk). Son tan buenos (los amo), porque más importante que el método es en qué usarlos: en nuestras decisiones. Datos que solo tienen ellos, los dueños del mundo.

No digo que estos tiempos sean fáciles para los artistas, para quienes pretender vivir haciendo que los demás puedan soportar la existencia (¿cuándo han sido tiempos fáciles?), pero creo que son tiempos emocionantes. Mientras todo esto dure, y uno nunca sabe qué tan pronto termine, sería chévere intentar jugar. Yo digo que nos tocó vivir en la época más hermosa de todos los tiempos. No hubo ni habrá mejor momento.